17.9.10

Everlong.




If anything could ever be this good again...

3.9.10

Jet Lag.


......Y ahora aquí despierto, a las 4 de la mañana, hambrienta, desconcertada. Ya no hay té en la habitación, ya las vistas no dan a aquel bonito jardín oriental encerrado por aquellos colosales rascacielos. Ya no hay churros chinos para desayunar, ya no más palillos. Ya no más ese incesante ir y venir de gente del que luego necesitas refugiarte en aquellos mágicos parques, donde una enorme nube de paz y relax parece hechizar todo, con sus aborígenes tocando música, bailando, practicando tai-chi, kung-fu, pescando, dando un paseo en barco, o simplemente allí sentados, felices.


Mentiría si dijera que echo de menos la gran muralla, la ciudad prohibida, el palacio imperial, el templo del cielo, el bonito palacio de verano, tiananmen o la sede de los juegos olímpicos. Ver aquello fue impresionante, lo más impresionante que he hecho en mi vida, pero en ningún momento dejó de ser turismo y todo lo que dicha actividad conlleva: masificación de gente, conglomeración de puestecillos de souvenirs y aquella intranquilidad interna que te acompaña de querer fotografiar todo como si nunca más fueses capaz de recordarlo.


Lo que realmente ahora me llena de nostalgia es aquello donde reside la auténtica esencia de la vida allí: Pasear por los hutongs, pequeños barrios tradicionales donde el acelerado desarrollo urbanístico y el imperio del capitalismo parecen haber pasado de largo; regatear en los mercados, donde encontrabas desde antigüedades, imitaciones, trajes de época, todo tipo de cachivaches y hasta bichos; salir a cenar por el barrio, donde todo el mundo hace vida en la calle como si de un pequeño pueblecito andaluz donde las viejitas se sacan su butaca se tratase, solo que esta vez, con farolillos rojos alumbrándote, miles de puestecillos de pinchitos, la deliciosa olla mongola a precio de risa y un ambiente de lo más acogedor; la Tsing-tao; las clases de kung-fu y tai-chi; el barrio bohemio chino, con sus antiguas fábricas abandonadas convertidas en galerías o escenarios de conciertos, todo rodeado por un sinfín de calles impregnadas de puro arte; la ópera, uno de los mejores espectáculos de música instrumental que he podido deleitar; los taxis nocturnos a Sanlitun o Houhai atravesando Pekín iluminada; hasta la publicidad hortera y el agobio del metro y por supuesto, a todos aquellos con los que he compartido este viaje, las numerosas anécdotas y risas, y todo lo que cada uno me ha aportado y enseñado.


En definitiva, ésta ha sido China, un contrastado país donde las tradiciones milenarias se yuxtaponen a las imparables cambios económicos y sociales, un país que ni un solo día dejó de sorprenderme, un país para perderte y recordar siempre.